Juan García Hortelano y Tormenta de Verano

Con Juan García Hortelano sucede algo parecido a lo que hablábamos la semana pasada con respecto al mexicano Fernando del Paso: es un autor que posee una extraordinaria calidad literaria, pero al que las modas y el terrible impulso de la novedad editorial, ha ido empujando a un olvido injusto y a una progresiva desaparición de su obra de las estanterías de las librerías.

García Hortelano, madrileño y fatigador del barrio de Argüelles, del que es testigo y memoria de su época de esplendor allá por los años 60 del siglo pasado, cuando descubría y casi inventaba El Tirol o las terrazas de Rosales. Un fervoroso, apasionado seguidor del Atleti y adscrito al partido comunista en 1951, del que se desvinculó más tarde, sin perder su compromiso permanente con la izquierda, un funcionario público que nunca dejó de acudir a la oficina, «mañanas de expedientes y tardes de sintagmas», decía en un poema.

En mi opinión, García Hortelano es el prototipo o quizá el arquetipo de lo mejor de los sesenta. Intelectual y comprometido sin miedo a declarar públicamente su pasión por el futbol y su vinculación con el servicio público. «Soy del Atlético de Madrid porque es el equipo que más se acerca a la realidad, a la vida»

García Hortelano fue el mejor exponente español de lo que se denomina conductismo literario que, a diferencia del costumbrismo, no habla de modos y modas, sino de conductas y actitudes, mostrando de forma mural las contradicciones y angustias que un determinado momento histórico provoca en los personajes, el reflejo de una época.

Hoy voy a hablar de su novela más conocida aunque la crítica y la propia evolución literaria de García Hortelano, señalen que hay otras donde la técnica y el estilo del escritor alcanzan sus mayores logros.

Tormenta de Verano, fue su segunda novela, que obtuvo el entonces muy prestigioso premio Formentor de Novela (ganado por  Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, Jorge Semprún, Saul Bellow y Witold Gombrovicz). lo que permitía que la misma se tradujera y publicara en 11 países, aunque paradójicamente fue censurada en España.

Yo leí Tormenta de Verano en una edición de El Círculo de Lectores allá por 1972. Hubo dos cosas que me impresionaron en su momento: la crítica subyacente al modus vivendi de los vencedores, al estilo de vida vacuo y banal, a la propia angustia vital que les provocaba el escenario del franquismo. Estos planteamientos me resultaron absolutamente sorprendentes por inéditos. Por otro lado, la peculiar técnica literaria en la que apenas existía descripción alguna de los personajes, así como tampoco párrafos facilitadores de los diálogos. El autor utiliza el dialogo como herramienta que explica por sí sola la naturaleza de los protagonistas aunque, en ocasiones, haya que realizar una relectura para saber quién está hablando.

La novela describe a un grupo de amigos que están veraneando en una lujosa urbanización playera, Velas Blancas, y que ven interrumpido su dolce far niente por la aparición del cadáver de una chica en la playa. El grupo pertenece a la alta burguesía de los vencedores, son ricos, se aburren y carecen de personalidad propia fuera del grupo. Defienden los valores tradicionales de su clase, enemigos del libre albedrio, anatemas del divorcio, pero adúlteros a escondidas, incapaces de pasar una velada sin trasegar un barril de whisky y orgullosos de su papel de veteranos de la Guerra Civil. Digamos que la novela está publicada en 1962 y que sus protagonistas se encuentran ligeramente por encima de la cuarentena.

En la segunda lectura que realicé hará unos diez años me pareció leer entre líneas, como no podía ser de otra manera, una metáfora del líder fascista, una metáfora del dictador que siendo el líder del grupo, comete el error de vacilar un instante frente a los valores fundamentales y en ese pequeño descuido, el grupo que le adora, se abalanza sobre él, le muestra que solo la firmeza absoluta le permitirá no solo seguir siendo el líder sino, siquiera, seguir siendo.

De esta forma, las crisis de valores que surgen en el protagonista Javier que el autor nos deja entrever en ciertas actitudes condescendientes con la rígida educación moral que todo el grupo marca a sus hijos, podría ser una metáfora de la exigencia que en los años 60 planteaba parte de la sociedad al dictador y que se plasmaba esencialmente en los hijos de la generación de los vencedores, en la universidad. Sin embargo, al igual que el título de la novela y que el episodio con el que se llega al final de la misma, el proceso no es más que una Tormenta de Verano.

Esta novela y especialmente la que recibió mayores alabanzas de la crítica literaria moderna, El gran momento de Mary Tribune, incorpora, además de una calidad literaria excepcional, una exposición del momento sociológico y psicológico de la España franquista, muy poco trabajada literariamente en la época debido al vacío que se provocó entre el realismo costumbrista permitido ( Francisco de Cossío o  Darío Fernández Flórez), donde las clases dominantes aparecían como protagonistas ejemplares y el tremendismo descarnado y pesimista  de Camilo José Cela o Delibes donde la visión del franquismo se retrataba desde la descripción de un entorno social habitado por los  perdedores. Ni el régimen ni el interés de los autores vanguardistas del momento (Martin Santos, Benet, Aldecoa), dieron pie a una literatura que describiera desde dentro, desde los escenarios vitales de los vencedores, las debilidades de una ideología y de una sociología esencialmente castrante. Tormenta de Verano es en ese sentido una joya única.

Los vaqueros en el Pozo, una delicia de novela corta o Gramática Parda, que fue la última antes de que el cáncer de pulmón se lo llevara por los altos andamios del barrio de Maravillas, son joyas muy poco conocidas y que aportan, además, un estilo narrativo completamente actual.

Por cierto las obras de García Hortelano no son fácilmente hallables  en las librerías pero se encuentra a precio de ganga en Iberlibro.

Debería tener una estatua en Argüelles como opinaba José María Guelbenzu, pero con ese acierto que tienen los ayuntamientos para asignar espacios públicos, solo tiene una corta calle en una zona tan ajena a él como La Moraleja, eso  sí, se encuentra entre Agatha Christie y Nicolás Guillén y es atravesado por Jorge Luis Borges.

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